La niñez tardía de Amare

Mientras LeBron James sonreía en la habitual 'flash interview' tras el triunfo por 104-94 en el segundo encuentro de primera ronda de playoffs ante los Knicks, Amare Stoudemire, tras esquivar un sinfín de manos enemigas, enfilaba con semblante serio el tunel que le llevaría a los vestuarios del American Airlines Arena. Una cueva donde resguardarse de la alargada y fría sombra de unos Heat que acababan de dar un esperado golpe sobre la mesa. Dos victorias consecutivas antes de poner rumbo a Nueva York dejan a los Kncicks al borde del abismo. Pero antes de reencontrarse con la ducha y encarar a los medios, el ala-pívot decidió descargar toda su furia interior contra el cristal que protegía uno de los extintores de incendios. El golpe le produjo varios cortes en su mano izquierda que requirieron de algunos puntos de sutura. Desde luego, la emergencía en este caso se resolvía apagando a unos encedidos Heat sobre el parqué.

Nadie sabe qué paso por su cabeza en ese instante. Su más que discreta campaña, en la que sus números y peso relativo en el equipo han menguado al tiempo que las molestias en la espalda le han impedido vestirse de corto en 19 de los 66 encuentros previos a la postemporada, y la impotencia de bailar al ritmo marcado por un hambriento 'Big Three' no puede ser la única razón. La lágrima tatuada en su mejilla derecha desnuda un corazón que vive desgarrado por el dolor. Hace menos de tres meses, el pasado 6 de febrero, su hermano mayor Hazell perdía la vida en un accidente de tráfico a unas millas del pabellón de los Heat. Con él, se iba buena parte de una infancia y juventud infectada de problemas y desavenencias. Pero también, un hombro en el que llorar. Un amigo con el que compartir la más íntima de las confidencias. Quizá su recuerdo, tan presente en cada uno de sus pasos, le jugara una mala pasada. Sin embargo, a lo largo de sus diez años como profesional, Amare siempre ha demostrado su capacidad de superación. Su complicada experiencia vital le ha enseñado que nadie da duros a cuatro pesetas. Amare sabe que además del esfuerzo y el sacrificio físico, la fortaleza mental constituye los cimientos del éxito, en el deporte y en la vida. Es por ello que la inmadurez propia de la niñez no se puede cobrar con carácter retroactivo. De lo contrario, como una varicela en la edad adulta, supone un contratiempo más o menos arriesgado. Ahora que la fama te arropa y te lleva en volandas no puedes decidir abstraer y autoeximir tus responsabilidades. Si supiste brillar en los oscuros callejones, donde solo los fuertes sobreviven, ¿por qué no hacerlo al calor de los focos de la Meca del baloncesto?
 
Tras lo sucedido, el protagonista de la historia se limitó a entonar el mea culpa a través de twitter: "Ahora me siento mal conmigo mismo, y pido perdón a los aficionados, a mi equipo. No puedo sentirme orgulloso de mis acciones y vuelvo a casa para un nuevo comienzo". Palabras de reflexión que no hacen sino revelar con vehemencia una frustración cercana al precipicio. La rabia e impotencia te convierten en un ser vulnerable. No son la mejor receta para asimilar una derrota. La falta de autocontrol impregna de polvo tu cartel de estrella y convierte la excelencia en vulgaridad. Eres uno más de la manada. Cuando el daño está hecho, el perdón solo sirve para amortiguar la caída y no para evitar lo inevitable. Antes, un mensaje para los que aceptan con valentía un reto que sobrepasa los límites de la complejidad. "Probablemente no jugará. Tus emociones se alteran y en una décima de segundo una decisión puede alterar las cosas. No puedes culpar a nadie. Tenemos que lidiar con las circunstancias", comentaba en el vestuario después del encuentro su compañero en la pintura Tyson Chandler. 

Horas más tarde, la franquicia de la Gran Manzana confirmaba la baja de 'Stat' para el crucial choque del jueves en el Madison y ponía en cuarentena su presencia en el resto de la serie. Una piedra más en un camino plagado de adoquines que incrementan las turbulencias de la ya de por sí convulsa nave 'Knickerbocker' Los malvados, después de la inoportuna lesión de Derrick Rose en el primer choque de la serie ante los Sixers, lamentan la séptima plaza cosechada al término de la segunda temporada regular con asterisco de la historia. El maquillado balance (36-30) que trajo Mike Woodson fue soberano. Sin embargo, la realidad es tozuda y hay que afrontarla con madurez. Los playoffs no dan tregua. El momento decisivo de la campaña en la NBA reduce el margen de error hasta convertirlo en una neblina casi imperceptible. Tiempo de remangarse, agachar el culo y dar la cara. El famoso 'win or go home' es motivo más que suficiente para no perder la calma y librar con cierta garantía de éxito el papel que los billetes (100 millones de dólares por cinco temporadas) te encomendaron. El profesionalismo no entiende de sentimientos. La victoria es la única opción.  

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