Dios bendiga a Radamel

Falcao celebra exultante su segundo gol en la final ante el Athlétic.  | Reuters

El Atlético de Madrid se ha proclamado por segunda vez en tres años campeón de la renombrada Europa League, otrora Copa de la UEFA. Contundente y, por qué no decirlo, excesivo 3-0 ante un Athlétic de Bilbao fuera de combate. Cuestión de fe, y de fútbol. Una fe que contagia a los suyos e hipnotiza a los rivales. Después, todo es más fácil. El fútbol fluye, las jugadas se hilvanan casi sin dar puntada y, para culminar, que mejor que un hombre disfrazado de deidad. Ni Simeone, ni Bielsa, Radamel Falcao fue el gran protagonista de la quinta final continental que recala en las vitrinas del conjunto madrileño. Una gran cita que contó con la omnipresente comparecencia de la estrella rojiblanca. Como si andase ataviado con una aureola sobre su azabache melena, hoy más que nunca, el colombiano pareció tocado por un ángel. Nada ni nadie parecía interponerse en el camino de este Tigre con rostro bonachón. Un enviado del edén dispuesto a cumplir con su cometido. Un depredador del área que acudió fiero y con las garras a punto para un gran festín. Dos certeros e incontestbles zarpazos que redujeron a cenizas la buena reputación de un Athletic al que la final le quedó grande desde que el alemán Wolfgang Stark hiciera sonar su silbato en el Estadio Nacional de Bucarest. La situación ni la responsabilidad pudieron con él. Aceptó el reto sin mirar atrás, sabiendo transmitir el mensaje al resto de sus compañeros.

'Cree y verás la gloria de Dios'. Esa era el mensaje que escondía la elástica rojiblanca del héroe de Bucarest. Una vez más, su fe y fervor religioso, en colaboración con una calidad futbolística incontestable, le permitieron conquistar la gloria y quién sabe si elevarse unos metros en busca del altar donde pretende reposar por los siglos de los siglos. La afición del Atlético de Madrid vuelve a sonreir gracias a la astucia y saber estar de uno de los mejores delanteros del planeta. Neptuno chorrea alegría a borbotones, tristemente acompañada por las malas artes y el gozo mal digerido de un reducido pero ruidoso grupo de exaltados, y la capital de España celebra un título que retumba en los oídos de la vecina y solitaria diosa Cibeles.

35 goles después de su llegada, si miramos al futuro más cercano, pocos parecen discutir lo primordial de su continuidad. Ahora, nadie quiere saber nada de oscuros fondos de inversiones ni turbias operaciones financieras. Menos aún de representantes con más poder de decisión que el mismísimo Presidente del Gobierno. En la ribera del Manzanares, los eternos sufridores colchoneros están dispuestos a mirar para otro lado con tal de disfrazar sus preocupaciones diarias y afrontar la cruda realidad con rebosante optimismo. En definitiva, con Falcao por lo civil o por lo criminal. Porque la sonrisa de un atlético amortiza de forma automática la falta de luces de una bicefálica Junta Directiva que nunca podrá con un sentimiento de fidelidad que crece sin parar. Unos dirigentes que de nuevo mostraron su cara más circense y frívola. El primero por mostrar un exorbitante canguelo que le impedía presenciar casi la última media hora de encuentro. El segundo por un afán de protagonismo que le empujó al ridículo más paleto y ramplón a la hora de llenarse de flores en la entrega de medallas. No hubiera sido suficiente con mantener los papeles y dar la mano a sus jugadores junto a unas autoridades de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero para todo hay consuelo. Y es que, como reza alguno de los numerosos lugares comunes en el mundo fútbol: el equipo está por encima de todo eso.

Sin embargo, en los momentos de euforia también hay lugar para los reproches. Descartando la aparente superstición de Simeone, sin cabida cuando las piernas pesan como hormigón armado y las neuronas conectan con torpeza, los atléticos buscaban con la mirada a un Antonio López que hace tiempo fue condenado sin turno de réplica al ostracismo. Superando la barrera de lo futbolístico, queda el sentimiento y la irreprochable entrega exhibida de los últimos años. La misma que le reservaba la oportunidad de pisar la impoluta hierba rumana al menos durante los minutos de la basura, cuando el viento soplaba a favor. Un caso similar al de Luis Amaranto Perea. Curiosamente ambos fueron homenajeados en el último encuentro de Liga ante el Málaga. Igual el Cholo pensó que con eso sería suficiente. Era el turno para sus protegidos (véase Salvio, Koke y, en parte, Domínguez). Está bien, con el objetivo deportivo cumplido, los sentimentalismos pueden tener varias vertientes. Todas legítimas aunque moralmente discutibles. Eso sí, de lo que hoy nadie duda es que la perfección solo está al alcance de un ser divino. Seguramente, un Dios con cara de 'Radamel'.

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